Caminos cruzados

Drama en un acto

(Hay una luz tenue sobre el escenario. Pedro estĆ” solo, parado en el fondo. Se oye el ruido de una carreta. Entra EloĆ­sa).

EloĆ­sa. (Gritando). ¡Pedro!

Pedro. — (Sorprendido). Y usted ¿quĆ© hace por acĆ”, oiga?

EloĆ­sa. — QuerĆ­a saber cĆ³mo estaban mis niƱos. Esto de que no haya seƱal…

Pedro. — Estamos bien, oiga. Aunque, claro, se podrĆ­a estar mejor.

EloĆ­sa. — Cuesta llegar a tu casa, estĆ” bien adentro en el campo ¿en quĆ© estabas?

Pedro. — (Mirando al fondo). Cosas del campo. AcĆ” lo que mĆ”s hay es trabajo, por eso mismo no me aburro.

EloĆ­sa. — (Mira al rededor). Lo recuerdo, tambiĆ©n crecĆ­ por acĆ”.

Pedro. — Hija del antiguo director ¿verdĆ”?

EloĆ­sa. — Y de la antigua profesora. De chica que me muevo en este suelo, me embarro los pies en los charcos y me lavo la cara en el rĆ­o.

Pedro. — Aonde vino a caer, oiga.

EloĆ­sa. — Y orgullosa estoy por haber nacido acĆ”. Lejos de las agitaciones de la ciudad. DespuĆ©s de graduarme me ofrecieron seguir estudiando, pero lo rechacĆ© por venir aquĆ­. Cuando me vine dejĆ© no sĆ³lo una prometedora oferta, sino tambiĆ©n el sueƱo de armar una familia ¿Sabes por quĆ© lo hice, Pedro?

Pedro. — ¿Porque era el sueƱo de sus padres?

EloĆ­sa. — Al principio eso parecĆ­a ser la Ćŗnica razĆ³n, pero con el tiempo conocĆ­ el colegio, a la gente linda que vive en los fundos, a mis estudiantes…

Pedro. — Lo que es yo, espero puro el dĆ­a pa agarrar mis cosas e irme. Ya me tiene aburrio la tierra polvorienta, la lluvia brava. (Mirando al fondo). Y esta casa vieja.  

EloĆ­sa. — ¿Y tus padres?

Pedro. — (Mirando a EloĆ­sa). ¿QuĆ© quiere saer de mis padres, seƱorita?

EloĆ­sa. — ¿Vives con ellos, no? (Avanza hacia el fondo). AdemĆ”s, si tĆŗ no me invitas a pasar, me tendrĆ© que invitar sola.

Pedro. — (InterponiĆ©ndose en su camino). No estĆ”n.

EloĆ­sa. — (Preocupada). ¿Pasa algo, Pedro?

Pedro. — ¿A quĆ© se refiere, seƱorita?

EloĆ­sa. — ¿DĆ³nde estĆ”n tus padres?

Pedro. — (Nervioso). Salieron. Fueron a ver a mi hermana, pal bajo, cerca de RĆ­o Claro.

EloĆ­sa. — (Dudosa). ¿Y te dejaron solo? ¿Por quĆ© no fuiste con ellos?

Pedro. — Ya estoy grande como pa andar a las parĆ”s dellos y, ademĆ”s, tengo harto que hacer acĆ”.

EloĆ­sa. — Entiendo ¿me mostrarĆ­as lo que haces?

Pedro. — (En seco). SeƱorita, usted querĆ­a saber cĆ³mo estaba y, como ve, estoy bien, bien y ocupao, asĆ­ que con mucho respeto le voy a pedir que siga con su recorrio, asĆ­ yo termino tranquilo antes de que lo nublao del dĆ­a me empaƱe el trabajo.

EloĆ­sa. — ¿EstĆ”s seguro de que todo anda bien? Digo, podrĆ­amos hablar, si quieres.

Pedro. — Todo lo que deberĆ­a estar bien lo estĆ” y lo que no, pues ya no hay caso de intentar arreglarlo.

EloĆ­sa. — Con excepciĆ³n de la muerte, todo se puede intentar por segunda vez. Te ayudarĆ© si me dejas, como en el colegio ¿te acuerdas?

Pedro. — Yo no me acuerdo na, oiga. Y le repito, por segunda vez, tengo trabajo pendiente y el agua estĆ” al caer.

(Se oyen sollozos que vienen desde el fondo).

EloĆ­sa. — ¿Y ese ruido?

Pedro. — ¿Ruido? SerĆ”n los ratones, seƱorita.

(Se vuelve a escuchar el mismo sollozo).

EloĆ­sa. — ¿Ratones, Pedro? eso no suena a un ratĆ³n.

Pedro. — ParĆ© que se le ha olvidao como se escucha el campo, seƱorita.

(El ruido se mantiene desde el fondo).

EloĆ­sa. — Los ratones no gimen asĆ­, Pedro. (Apunta hacia el fondo). Dime ¿quĆ© estĆ” pasando ahĆ­ dentro?

Pedro. — Na que le importe, seƱorita. Le recomiendo que fije la vista en sus problemas, si no se volverĆ” uno de los mĆ­os y nadie quiere que eso ocurra ¿verdĆ”?

EloĆ­sa. — (Corre hasta el fondo. Empuja a Pedro. Mira). ¿QuĆ© has hecho, Pedro?

Pedro. — (Iracundo). Le dije que no se metiera, oiga. Estos problemas son nuestros, usted es mi profesora, no es na otra cosa.

EloĆ­sa. — (Temblorosa). Tu madre estĆ” llorando y tu padre parece que se quita sangre del rostro ¿quĆ© les ha pasado? (Girando la mano). Y la puerta estĆ” con llave.

Pedro. — Yo no he hecho na, fueron ellos los que se lo buscaron.

EloĆ­sa. — (Gritando). ¡Algo hiciste, Pedro! ¡Dime! ¿QuĆ© pasĆ³ aquĆ­?

Pedro. — (Al pĆŗblico). ¿QuĆ© pasĆ³ aquĆ­? De chico recuerdo un puƱao e cosas: un palo, el cinturĆ³n del viejo, el caracho arrugao y seco de la vieja. Que habĆ­a trabajao poco, que habĆ­a trabajao mucho. Que habĆ­a hablao mucho, que habĆ­a hablao poco. Que los pantalones se habĆ­an roto antes de tiempo. Que la comia no debĆ­a probarse antes de servir. AprendĆ­ desde chico que historias se le cuentan solo a los que tienen permitido soƱar. (Iracundo). AprendĆ­ que el cariƱo es pa los dĆ©biles y que los padres estĆ”n ahĆ­ pa controlar las libertades. AprendĆ­ que son una versiĆ³n casera de la justicia, de esa que crece en la ciudad y se acaba cuando empieza el camino e tierra. AprendĆ­ que con dos coscachos quedo mareao, pero con cinco, siete, ocho, con ocho no me vuelvo a levantar. (A EloĆ­sa). ¿QuĆ© pudieron haber hecho? AsĆ­ es la vida del campo, me decĆ­a el viejo. Que asĆ­ lo criaron y asĆ­ me habrĆ­a de criar. Porque Ć©l era bien derecho y cada uno de sus cabros los habĆ­a criao asĆ­, a punta e puƱo. AcĆ” no hay na de justicia, como le gusta andar hablando a uste en el colegio. AcĆ” hay castigo y ¿quĆ© serĆ­a el mundo sin Ć©l? Por eso yo castigo, pa que paguen los que tienen que pagar.

EloĆ­sa. — ¿Golpeaste a tus padres? ¿Eres causante del horror que veo?

Pedro. — Un golpe al viejo no es nada comparado con todos los que me dio. Que la vieja mire, siempre le ha gustado mirar, es pa lo Ćŗnico que sirve.

EloĆ­sa. — No se lo merecen.

Pedro. — ¿Y yo lo merecĆ­a?

EloĆ­sa. — Nadie lo merece.

Pedro. — Pero yo lo recibĆ­. Si le parece atroz lo que ve, imagĆ­nese a un cabro chico escondido tras la cĆ³moda porque se le habĆ­an pelado los pantalones de colegio al estar jugando a la pelota. ImagĆ­nese a un cabro chico al que a coscachos le sacaban las penas. Que ellos no se vengan a ser las victimas ahora. Culpables son y no hay mĆ”s que hacer.

EloĆ­sa. — ¿Y piensas pegarles hasta dejarlos sin aliento?

Pedro. — Sin aliento no, seƱorita, no soy na un criminal.

EloĆ­sa. — ¿Entonces?

Pedro. — SerĆ” hasta que se arrepientan o hasta que se me pase, lo que toque primero.

EloĆ­sa. — EstĆ”s herido Pedro. El dolor te ha llevado a esto y te entiendo.

Pedro. — ¡Uste no sabe de eso! ¡QuĆ© va a saer una seƱorita como utĆ©!

EloĆ­sa. — AsĆ­ como tĆŗ sacrificaste la infancia, yo tampoco la tuve. Es verdad, no crecĆ­ como tĆŗ, rodeada de golpes, pero mis padres poco estuvieron conmigo. Eran personas que dedicaron tanto tiempo a lo que hacĆ­an, que se olvidaron que alguien crecĆ­a en casa sin escuchar de su cariƱo.

Pedro. — Al menos podĆ­a admirarlos.

EloĆ­sa. — Y eso no quita que los haya necesitado.

Pedro. — Yo no, seƱorita. (Avanza hacia el fondo). Yo no los necesito.

EloĆ­sa. — (EloĆ­sa se interpone). EstĆ”s muy equivocado si piensas que me rendirĆ© tan fĆ”cil contigo. He sacrificado mucho por estar aquĆ­ y no me detendrĆ© sĆ³lo porque quieres ver cumplido tu capricho.

Pedro. — No llame capricho a lo que tiene una razĆ³n de ser.

EloĆ­sa. — ¿Y quĆ© es lo que haces?

Pedro. — SĆ³lo quiero que sufran lo que yo sufrĆ­.

EloĆ­sa. — ¿Y cuĆ”l es la gloria en eso, Pedro? No entiendes que el mĆ”s perjudicado eres tĆŗ. El pesar ha caĆ­do sobre ti. Te has sumido en un pantano del que te cuesta salir, pues a cada paso se hace mĆ”s espeso.

Pedro. — ¿Lo cree? ¿De verdad lo cree?

EloĆ­sa. — (Estirando la mano hacia Pedro). PĆ”same la llave. Tus padres necesitan atenciĆ³n mĆ©dica.

Pedro. — Ellos no van a salir, no pueen salir.

EloĆ­sa. — (Mantiene la mano estirada). Pedro, por lo que alguna vez significaron…

Pedro. — ¡No significan nada!

EloĆ­sa. — ¡PĆ”same la llave, Pedro! Si tienes algĆŗn respeto por mĆ­, entrĆ©game esas llaves.

Pedro. — (Buscando en sus bolsillos). ¿QuĆ© me va a pasar si abre la puerta, seƱorita?

EloĆ­sa. — ¿Pasarte? ¿Y ahora te preocupas de eso?  

Pedro. — ¿Usted se va a quear callĆ”?

EloĆ­sa. — Todas nuestras acciones tienen consecuencias, Pedro. Lo que has hecho es un delito. Si tus padres han callado, yo no puedo callar.

Pedro. — ¿QuĆ© harĆ”?

EloĆ­sa. — La llave.

Pedro. — (Estira el brazo hacia EloĆ­sa). AhĆ­ ta. Pero seƱorita…

EloĆ­sa. — (De espaldas a Pedro. Gira la muƱeca). SeƱora, seƱor, su hijo me ha contado lo que ha pasado. Ɖl estĆ” dispuesto a colaborar. Lo urgente ahora es que vayamos al centro de salud del pueblo.

Pedro. — No.

EloĆ­sa. — (AĆŗn de espaldas). AsĆ­ que mientras antes vayamos, tal vez podamos evitar la lluvia que se avecina.

Pedro. — ¡He dicho que no!

EloĆ­sa. — ¿No quĆ©?

Pedro. — Ya sĆ© lo que quiere. 

EloĆ­sa. — ¿QuĆ© es lo que quiero?

Pedro. — Entregarme. Arrastrarme al pueblo pa que me lleen los pacos.

EloĆ­sa. — Iremos para que atiendan a tus padres ¿QuĆ© acaso no vez cĆ³mo le sangra la frente a uno? ¿Quieres dejarlo morir?

Pedro. — Si muere serĆ­a peor ¿no?

EloĆ­sa. — ¿Peor?

Pedro. — (Se coloca frente a EloĆ­sa). Lo siento, profesora, no puedo dejarlos partir.

EloĆ­sa. — Partiremos incluso sin tu consentimiento.  

Pedro. — Uste no ha entendido. No los voy a dejar ir.

(Se oye un estruendo de lluvia).

EloĆ­sa. — ¿Y quĆ© harĆ”s? He perdido todo, mis padres, un futuro, el amor, todo por estar aquĆ­, justo aquĆ­ y ahora ¿QuĆ© habrĆ”s de quitarme entonces?

Pedro. —AsĆ­ las cosas no funcionan.

EloĆ­sa. — ¿Y cĆ³mo es que funcionan entonces? Pedro, todo aquĆ­ estĆ” mal. Mira a tu alrededor. Quieres tomar decisiones ahora y no vez que fueron tus decisiones las que nos empujaron a esta situaciĆ³n.

Pedro. — CrĆ©ame que lo intento, profesora, pero no lo logro. Esto me la gana. Me posee las manos y luego me empuja los puƱos. Lo he intentado, muchas veces, pero basta con escuchar la voz del viejo pa revivir algĆŗn horrible momento de esa asquerosa infancia. CrĆ©ame cuando le digo que los dejarĆ­a ir si no viera la responsabilidad en mis manos. El viejo ojalĆ” hubiera pagao a tiempo. De esa forma, quizĆ”, too habrĆ­a sido distinto.  

EloĆ­sa. — Pero no lo fue y, en cambio, fue de esta forma. Ya no eres un niƱo, Pedro.

(Se oye caer la lluvia).

Pedro. — No tuve tiempo para serlo o uste cree que me reĆ­a con los rebenques del viejo. Tengo cicatrices, seƱora, y no solo en el cuerpo, sino tambiĆ©n en el alma. 

EloĆ­sa. — Tal vez, pero aun asĆ­, ahora, puedes enmendar en algo lo malo que has hecho.  

Pedro. — ¿Uste cree?

EloĆ­sa. — DĆ©janos ir.  

Pedro. — Pero la lluvia cae. Es peligroso marchar asĆ­ de oscuro y en plena tormenta.

EloĆ­sa. — A estas alturas no sabemos dĆ³nde estĆ” mĆ”s seguro.  

Pedro. — (AcercĆ”ndose). ¿Me temen?

EloĆ­sa. — (Retrocede). Ya no te reconozco.

Pedro. — ¿Alguna vez me conociĆ³?

EloĆ­sa. — LleguĆ© a conocer al Pedro que se sonreĆ­a por las bromas de la clase. Al Pedro que a pesar de las dificultades con las tareas siempre encontraba el modo de entregar algĆŗn avance. Al Pedro que, cuando lleguĆ©, todos me dijeron “caso perdido, preocĆŗpate del resto” y que al final de la primera clase me dijo serio, “fue una buena clase profesora”. Al Pedro buena gente, el que ayudaba a los compaƱeros y defendĆ­a a los mĆ”s pequeƱos. A ese Pedro conocĆ­ yo.    

Pedro. — Ese no existe, se ha equivocado de persona.

EloĆ­sa. — No existe porque tĆŗ no dejas que exista. Si yo fui capaz de acceder a ese mundo de bondad que hay dentro de ti, por quĆ© no dejar que otros tambiĆ©n lo vean, tus padres, por ejemplo.  

Pedro. — ¿Cree que habrĆ” perdĆ³n por lo que hice? ¿Cree que la gente me mirarĆ” a la cara despuĆ©s de que se entere lo que hice?

EloĆ­sa. — El perdĆ³n es para el que sinceramente estĆ” preparado para recibirlo.  

Pedro. — No sĆ© cĆ³mo hacerlo.

EloĆ­sa. — Es sencillo Pedro, yo te ayudarĆ©. Puedes comenzar dejĆ”ndonos ir, lo demĆ”s vendrĆ” despuĆ©s.   

Pedro. — Tengo miedo. Tengo mucho miedo. Tengo encima las noches terribles y sufro. Cuando le he pegao al viejo, lo he hecho sin mĆ”s razĆ³n que el recuerdo. Es por ese recuerdo, seƱorita, que ahora no me pueo mover. No soy malo, seƱorita, no soy malo. Uste sae. Me conoce quizĆ” mĆ”s que la gente que dice aerme criao. Sae que yo no matarĆ­a a nadie, que estos brazos me sirven pa trabajar la tierra y ganarme unos pesos, pero que pa la pelea soy malo, la escabullo. Uste sae seƱorita.

EloĆ­sa. — Es la culpa y la responsabilidad. Sabes quĆ© es lo correcto. Tu pasado es doloso, no cabe duda, pero no por ello vas a cargar por siempre con los errores de tus padres a cuestas. No dejes que el dolor te condene a estar siempre repitiendo el cĆ­rculo de sufrimiento con el que creciste.  

Pedro. — Pero…

EloĆ­sa. — (ArrojĆ”ndose sobre Pedro. Hacia el fondo). ¡Corran!

(Se oye gente corriendo de fondo).

Pedro. — EstĆ” loca. 

EloĆ­sa. — ¡Corran! ¡No se detengan! La lluvia y la noche les brindarĆ”n cobijo. Busquen ayuda. No miren atrĆ”s.

(Se escucha caer la lluvia con mƔs fuerza).

Pedro. — (Dando un empujĆ³n). ¡SuĆ©lteme!

(Se oyen truenos acompaƱando el sonido de la lluvia. Eloƭsa estƔ en el suelo y no se mueve).

Pedro. — ¿Pero quĆ© he hecho?

(Las luces del escenario se apagan. Se encienden una luz sobre Pedro).

Pedro. — (Agachado. Levanta la cabeza de EloĆ­sa). Sangre.

(Se escucha un trueno).

Pedro. — La culpa me ha arrastrado a este punto. El buen corazĆ³n de la profesora sĆ³lo habĆ­a visto ternura en mĆ­. Y ahora, que ni latidos tiene, ni siquiera puedo alzar la voz y despedirla.

(Se oye un ventarrĆ³n.)

Pedro. — Mi mano torpe le arrebatĆ³ el aliento.

(Se escucha la sirena policial).

Pedro. — Ahora el dolor y la pena serĆ”n mi condena. Que aquel que daƱo provoque, daƱo reciba tambiĆ©n

(El telĆ³n cae).

 






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