En
memoria de Armando MartĆnez PiƱa,
encontrado
sin vida en la calle, su hogar, a los 64 aƱos.
Entre
las mesas del cafĆ© se hacĆa camino Gerundio, hombre arrugado y seco, robusto,
de pelaje corto y ojos marrĆ³n. Avanzaba y se detenĆa siempre en alguno de los
costados de la mesa ajena. DespuĆ©s disponĆa el rostro, que creĆa aĆŗn lo tenĆa tierno,
para pronunciar una suerte de frase que con el tiempo se habĆa hecho mĆ”s corta. “Me
convida” decĆa y luego estiraba la extremidad frente a Ć©l y a las personas. Cambiaba,
de vez en cuando, la mano, para que no pensaran que era el mismo. El mismo de
hace unas horas. El mismo de hace unos dĆas. El mismo de hace unos aƱos y hoy,
el mismo de toda una vida.
A
Gerundio le gustaba caminar, esquivar las palomas y sorbetear de la pileta que
hay en la plaza. Le gustaba sentir el viento de la bofetada helada que regala
la maƱana y que sĆ³lo el que madruga ha llegado a conocer. De los doce que lo
despierta el frĆo, de los cinco que el hambre le incomoda el dormir. Las
primeras noches en la banca su madre le negĆ³ el abrazo, luego, buscando calor, terminĆ³ cediendo. AsĆ hasta que se la llevaron impĆ”vida, entumecida y no la
regresaron. De ella conserva el apellido y las cejas. Los recuerdos, los
regalos, los momentos, los habĆa cambiado un dĆa por alimento.
Esa noche, la Ćŗltima, cerca de las una, llegĆ³ su hermano al otro lado de la calle, atraĆdo por el calor figurado que brotaba de la manta. Gerundio le cediĆ³ la parte que quedaba y lo dejĆ³ permanecer a su costado. DespuĆ©s se arrollĆ³ y girĆ³ para dormir.
Por
la maƱana, una mezcla de escarcha y rocĆo maquillaba su rostro. PolicĆas,
periodistas y personas que pasaban por ahĆ se detenĆan a mirarlo. JamĆ”s
llegarĆa a saber que su nombre estarĆa en las pĆ”ginas de un diario, que lo
pasarĆan por la televisiĆ³n y aun asĆ serĆa ignorado por esos mismos que le
negaron la mano y lo olvidaron como se olvida la basura que se pone bajo la
alfombra, ya no la vemos, pero sigue ahĆ. Al menos Gerundio llevaba sĆ³lo la
suciedad por fuera.
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